viernes, 28 de noviembre de 2008
PAVO
Siento inducir a error con el título de este evocador recuerdo que ahora me dispongo a relatar. Es posible que alguien habitual lector de mis disquisiciones, piense que va a encontrar algo sobre comida o demás elementos sustentadores de la vida humana, pero no es así. El titulo de este escrito viene dado por otra cuestión que inmediatamente paso a contarles.
En mi vida fueron muchas las veces que metí la pata. En muchas de ellas la intención era meter otra cosa (Entiéndase que quiero decir cosas como: meter baza o meter las narices) Tendría yo la bonita edad de doce, catorce años, cuando la vida trajo a mí el descubrimiento más maravilloso que se puede hacer a esa edad y que no es otro que el de que las mujeres son un complemento perfecto a las carencias naturales con las que los hombres venimos a este mundo, por lo tanto con doce años empecé a ver que las mujeres tenían un “lado” más que interesante y que dejaban de ser aquellas humanas presencias a las que no les interesaba otra cosa que el “amor” y demás pamplinas, estas y otras sensaciones las empecé a notar de repente, miré alrededor y mis hermanas dejaron de existir como aquellas cosas que estaban todo el día pensando en Camilo Sesto y hablando de este chico o aquel… y se perfilaron como fuente inagotable de información para la mundanal causa.
Las muchachas de mi barrio pasaron de ser un incordio, siempre deseando jugar a ñoñerías, como pases de modelos e imitaciones de actuaciones, a ser perfectas para jugar a médicos, a papás y mamás e incluso para ensayar algún que otro baile…, yo tenía digamos que “cierto interés” por una muchacha más grandota que yo y “muy adelantada” a su tiempo. Ya se adivinaban en su perfil, formas y “redondeces “que presagiaban una mujer “atractiva”, ya he manifestado en varias ocasiones mi tendencia natural a escoger del plato las tajadas más gordas…en esta ocasión gorda no era, pero viéndome a mí puede decirse que era muuuy grande…
A principios de Junio de aquel venturoso año hacia bastante calor y yo había terminado mis deberes, que consistían en dejar la cartera en el sitio correspondiente y no desordenar la casa, cosa que hacía a la mayor brevedad para irme a la calle con mi inseparable amigo “Joaquín”. Llevaba Joaquín unos pantalones de cheviot grandes como un demonio y una campana que para sí quisieran en Burgos Catedral, con un cinturón ancho y con la hebilla de un león en pleno rugido que nada tenía que envidiar a los de las Cortes…, acompañaba aquel conjunto con un jersey de cuello alto de color rojo que debido a lo “encendido” de su color y al calor que hacia adivinabase la inminencia de una combustión interna de Joaquín o al menos una sofocación eterna por semejante abrigamiento, …entre los pantalones de campana, el cinturón, los zapatos con un tacón, que parecía que calzaba un par de pales y el jersey ceñido de cuello alto…parecía el mismo demonio, yo llevaba unos pantalones de mi hermana mayor, que como estudiaba, corte y confección le dió por cortar y dejarlos por la mitad del muslo, pero debió de medir mal y los dejó que no se sabían si eran cortos o es que me quedaban pesqueros, el caso es que años después se pusieron de moda y aun hoy se llaman “piratas”.
Parecíamos los Rolling Stones en versión española: Los chinarros revoltosos, más o menos…seria la traducción, cuando apareció por el portal de enfrente la muchacha de generosas formas que hacía que mi sofoco se elevara…igual..igual que se elevaban otras cosas… los balones arrojados por fuertes brazos…por poner un ejemplo…el caso es que había una valla que separaba la acera de la calzada en previsión urbanística envidiable de alguna mente preclara , yo tuve una fugaz imagen en la que me veía emulando algún trapecista famoso quizás a Burt Lancaster y tan fugaz como la imagen que vi, fue mi carrera como “saltimbanqui”, viendo que la chica “generosa” y su amiga se acercaban donde el demonio hecho persona que era Joaquín y el saltimbanqui que era yo, con aquellos pantalones de espuma y cuadros amarillos y verdes podría pasar por payaso, y sin ellos mucho más y sin duda mejor. El caso fue que chulito yo, decidí deslumbrar a aquella “mujerona” con mis habilidades saltarinas y en un abrir y cerrar de ojos estaba encima de la valla evolucionando con un arte y una maestría sin par( Sin par estuve a punto de quedarme…), Joaquín desde abajo con la boca abierta, los ojos ligeramente vidriosos y los mofletes a tono con el jersey colorao parecía un diablo pero echao a perder, no salía de su asombro y el infeliz parecía preguntarse ¿pero que “la dao” a este Damián para ponerse a hacer la cabra? Mientras…, Damián (o sea, yo) seguía dando pasitos titubeantes encima de la barandilla con los brazos en cruz con una habilidad que parecía tener de toda la vida…
Mi carrera terminó… rápidamente. Joaquín me dijo tiempo después que me vio subir apenas en un segundo a la valla, más sin embargo confiesa entre carcajadas que verme caer no me vio, estaba arriba y un segundo después ya estaba abajo, fue visto y no visto. Perdí el pie de la barandilla, … caí en dos tiempos, pude hacer en dos tramos la caída más rotundamente estúpida que he podido ver de cerca…muy de cerca, caí espatarrado con la barandilla en medio de cada una de mis piernas, y ya se pueden imaginar…sentí un dolor agudo o grave yo creo que la palabra adecuada sería grave, muy grave, la cuestión es que el grueso (Pero bueno…¿qué clase de persona, creen que soy..? ese grueso no, ¡Diablo!) , el grueso del daño se lo llevó la parte interna de mi muslo derecho y solo un ligero golpe incidió sobre el grueso…perdón, sobre mis tendencias maltrechas, el caso es que allí mismo hice la primera parada, se me pusieron los ojos trabaos, empecé a resoplar como locomotora a vapor y seguí con lo que estaba que no era otra cosa que acabar de caerme, como no podía poner los pies en ningún sitio y mis “facultades” estaban siendo mermadas de una manera asombrosa, fui girando sobre mi misma entrepierna rodeando con estudiada destreza la barandilla, para acabar cayéndome de nuevo al suelo esta vez desde mi cabalgadura que era la recia barra , así es que allí quedé, viendo muy de cerca las baldosas de la acera y viendo además como llegaba la “mujerona” a la que quería sorprender, y puedo dar fe que venía con cara de sorpresa la joia, aunque para cara de sorpresa debía ser la mía. Mientras toda mi vida pasaba rauda y veloz, que es lo que dicen que ocurre en los momentos anteriores a la muerte, pues yo pensé que me moría. Oía de fondo unas risas y unos golpeteos que adiviné enseguida provenían del diablo de Joaquín, ¡Ay, ay, ay, hazlo otra vez Damián…, otra, ay, ay, ay!. Entre tanto, no sin dificultad pude ponerme en cuclillas y empezar a dar botes, que era lo que había visto hacer en situaciones del mismo “calado”, llegaron la mujerona y la mujercita y me preguntaron ¿que si me había hecho daño..?, ¡QUE SI ME HABIA HECHO DAÑO…!, ¿se puede ser más…?, Ostias no me voy a hacer daño si me he montado encima de la barandilla sin silla ni ná… Años más tarde… cuando tuve el anhelo de contribuir con un Damiancito al incremento de la demografía mundial, tuve mis dudas por las consecuencias de aquella actuación sobre mi capacidad para perpetuar la especie… no hubo problemas, pero dudas existieron…, aunque leves. Pero sobre lo que no hubo nunca dudas es del motivo del título, de este texto… ¿Se puede ser más PAVO?
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Estoy segura que todos en un momento dado hemos hecho el pavo-a y no tenemos porqué arrepentirnos. Pienso que la vida tiene muchas etapas y para cada una, una manera distinta de actuar.No siempre hacemos el pavo en esa edad propiamente dicha.
ResponderEliminarPerolo, lo tuyo es muy fuerte, me imagino la escena y esque me parto de risa.
Un saludo ,y para otra vez no arriesgues tanto, pero claro, esas son las cosas del querer.
CERROJA