martes, 26 de agosto de 2008

LA BADILA


Niña fui, pero no me faltó valor, ni la mano amiga que me elevara desde los mas bajos dominios de la soledad e incomprensión, la mano fraternal y amiga, . . . mi hermano, sangre de mi sangre, tan parecido a mí y por eso, quizás, tan diferente. Tan unido a mi contra el enemigo común y sin embargo tan fiero y despiadado en la lucha entre ambos.

Necesitaba hacer esta introducción no sé, muy bien porque, pero si no digo algo grandilocuente no les engancho y luego se me dispersan, cual mosquitos nocturnos en derredor de la farola brillante y cegadora que lucha contra los reinos de las tinieblas, ¡bueno! lo dejo que ya tienen una dosis suficiente. El caso es que es cierto que niña fui, y por aquel entonces seguía siendo una niña soñadora y atrevida que en la pugna por hacerse un sitio entre dos hermanos varones, recibía varapalos por todos lados (esto no es poesía, aunque lo parezca) en fin, recibía "vara" y "palos", eso varapalos de mi protector hermano mayor y de mi debilucho hermano menor.

Aunque yo soy natural de gran ciudad, estas (las ciudades) en un principio no fueron así y antes de crecer y hacerse con la mayoría de edad, fueron pueblos aprendices de grandes urbes, con un encanto cercano en lo rural, al paraíso de Adán y Eva, para convertirse con el transcurrir del tiempo en lo que hoy son, centros de martirio cosmopolita del ser humano.

El brasero debajo de la manta-MESA camilla, daba su magnético calor a las piernas infantiles produciendo "cabrillas", por la excesiva cercanía de las piernas a aquel prodigio que mitigaba el frio a falta de venideras calefacciones centrales, y radiadores eléctricos.Mi mente infantil permanecía atenta a dejar un sitio en ella, (en mi mente), para aprender cual era el nacimiento del rio Miño, cuando la mente de mi hermano estaba atenta en el lado contrario de la camilla, descubriendo cual era el grado de aguante del que yo era poseedora mientras permanecía impasible al descabezamiento de mis recortes de moda (recortables de muñecas con vestidos y recuadros blancos en los hombros), con aquellas modelos cabezonas que lucían sus grandes galas, con más variedad de la que mi mente, pudiera pensar que existía.

Seguí ignorando su imitación de Robespierre, cortando cabezas aristocráticas hasta que llegó a mi cabezona preferida, entonces comprendí lo que el "Fary" sentía cuando cantaba lo de "pero aquel de la fuente, que nadie lo toque, que le dejen tranquilo, que no lo provoquen" sentí un "no sé qué, que, qué sé yo", que ni siquiera el hecho de encontrarme sola, sin el criterio conciliador de mi madre, que siempre era requerido en estos casos en forma de una zapatilla, flexible pero firme, muy firme, doy fe, sola decía me encontraba en manos de aquel revolucionario francés sin sentimientos, lo cual no me impidió amenazarle diciendo con voz muy firme y autoritaria.

--- ¡Jo, no me rompas más muñecas , . . . ¡Orejas! - - Esto último se lo dije sin miramiento ninguno cuando pasó de conmutar la pena por decapitación a la reina de mi corte.

Entonces, ocurrió, ante tal desafuero, ante aquella ignominia, ante aquella agresión sin medida ni proporción, cogí la badila de remover el brasero y se la arrojé con toda la fuerza que pude reunir con mis infantiles brazos en el momento justo que pude memorizar que el rio Miño nace en Lugo en Fontemiña, la arrojé con tan mala fortuna, que no le di, perdón quiero decir que "afortunadamente", no le di, el caso es que tuve que abandonar el calor amigo que daba aquel brasero y contemplar compungida como la badila se mantenía erguida y clavada en la puerta blanca, primor y orgullo de mi madre, la cual había pintado días antes a falta de emular a otros insignes pintores.

Mi hermano, sangre de mi sangre, parecido a mi pero tan diferente.¡ Alto ! ya tuvieron la dosis de grandilocuencia. Mi hermano, decía no dejaba de palmear y de agitar sus manos con gestos que manifestaban la magnitud del desastre, unas veces con la palma hacia abajo diciendo: ¡La que has "liao"! y otras:¡Veras que firme esta la zapatilla de mama!, con la palma hacia arriba. Yo, sin perder el arrojo y compostura que me caracterizaron en situaciones más complicadas a las que la vida me llevó, no dejé de masticar el chicle que tenia durante toda la tarde y después de sacar la badila del agujero, lo puse (el chicle) en el sitio que anteriormente ocupaba la pieza de metal, consiguiendo tapar el agujero, pero quedando de un asqueroso color rosa, me dirigí rauda y veloz al fregadero donde mi madre guardaba los restos de su imitación a Velázquez, (Bueno la pintura blanca, que me vuelvo a poner grandilocuente), y con el pincel pinté el cuerpo del delito y me quedó tan bien que mi hermano no pudo por menos de felicitarme y prometer que no diría nada si no se descubría, cumplió la palabra dada y hoy día cuando vuelvo a la casa de mi madre, paso por la puerta y rozando con las puntas de los dedos mi artesanal remedio, no puedo evitar experimentar un estremecimiento, pero a la vez una satisfacción, por mi trabajo y por mi hermano que siempre supo guardar un secreto.