domingo, 31 de enero de 2010

TODO UN CUARTO DE HORA.

Todo un cuarto de hora llevo esperando, un minutito detrás de otro hasta completar quince…, porque si fueran (por un suponer) dieciséis, entonces seria algo más de un cuarto de hora….
Parece que se acerca el momento supremo en que me corresponde hacer una alocución a estas cinco personas y regalarles con mi verbo fácil y mi voz varonil un discurso vació e inocuo porque lo que tengo que decir es muy poco… ¡Si señor! Muy poco…aunque también podría ser inicuo, ya que como transmisión de una idea va a ser pésimo…en fin.
Doscientos gramos de pavo, doscientos gramos de jamón york, doscientos gramos de jamón serrano y un dedo de foie gras, que por supuesto es un dedo de ancho, no un dedo de largo…Cosas todas que no engorden…vana ilusión, pues no hay nada que no engorde. Por supuesto las dos primeras para mí (pavo y pollo, la definición de mi persona…) y el resto para ella…, claro el único que ha de guardar dieta soy yo…
Todo escrito en una hoja de cuaderno grande…inmensamente grande, con las rebabas de las anillas en el lateral y sus líneas paralelas azulitas cruzando el ancho de blanco virginal del papel….líneas paraLELAS; y para el lelo…, o sea para mí. Saco la hoja y es tan grande que me dan ganas de arroparme con ella pues me recuerda a una sabana, consigo dominar mi primera intención y aplico mis sentidos en desdoblar aquella lona blanca con sumo cuidado para que no haga ruido….pero no lo consigo, y las cinco personas descubren que soy yo el siguiente en tener que pedir, si tenían la vana esperanza de que el número anterior al suyo estuviera vacante…, la sábana blanca les devuelve a la realidad y les dice que no, eso no va a pasar.
Intento desplegar la pedazo hoja de manera que solo sea necesario ver la parte donde esta escrito el legado que he de transmitir al sumo sacerdote que no es otro que el charcutero que con una mano enfundada con un guante metálico me recuerda a un guerrero medieval dispuesto a la pelea con su malla y su gran espada, pero vuelvo a la realidad con el ruido que hace la hoja al abrirse y la gran espada se convierte en el cuchillo jamonero que con destreza arranca las hojas rojitas y ribeteadas en blanco que lentamente caen cual hojas otoñales sobre el suelo cubierto por un papel blanco forrado con plástico y que lleva escrito en el reverso “Charcuteria Fernandez”.
Todo un cuarto de hora esperando, esperando para ver como caen las hojas rojizas en un otoño forzado por la malévola hoja acerada desde el árbol rotundo al lecho del bosque. Todo un cuarto de hora y esto es lo que se me ocurre… Y lo peor es que no es hambre…