miércoles, 17 de marzo de 2010

Igual que los de ciudad.


Lo sé, no es una encina, pero también hacia calor.
Las conversaciones profundas en verano son realmente dignas de tener en cuenta, debe ser por el cambio de ambiente, o por la diferencia en el agua…, pero yo no creo que sea por ninguna de estas causas…, se lo atribuyo directamente al calor sofocante que reblandece los cerebros hasta hacernos decir incongruencias. Por eso, aquella mañana de agosto que hacía un calor considerable, aquellos dos veraneantes tenían una conversación de lo más transcendente.
-A estos muchachos que viven en el pueblo se les nota algo…, diferente. Es como si la cercanía y el contacto con lo natural les hiciera más nobles, carentes de ese interés mercantil que imbuye a los nuestros, como si fueran más sinceros…, más legales…- Dijo uno de ellos mientras se sentaba en una piedra caída de la cerca, a la sombra de una encina formidable, huyendo del aplastante sol de las doce del mediodía.
-Bueno, yo no creo que sean muy diferentes de los de la ciudad…- Dijo el otro mientras se sentaba al lado. No le habría dado todavía lo suficiente el sol pues aun se adivinaban en sus palabras cierto sentido…
- No, tú fíjate en los nuestros.., siempre pensando en que van a sacar de esto o aquello, no mueven un dedo si no es porque por medio hay alguna recompensa, cuando nosotros éramos mas jóvenes, apreciábamos el valor de hacer las cosas porque se debían hacer, y por el gusto de lo bien hecho…--Seguía diciendo mientras apeaba de su hombro una especie de morral (como él, ¡menudo morral…!).
-También hacíamos las cosas porque tú padre daba unas hostias como panes y el mío no te digo ná, que aun hoy se me enredan los pelos del sobaco cuando me acuerdo…- Dijo el más fresco ( es lo único que lo explica…que aun no había cogido la temperatura…)
-No, fíjate que esta mañana temprano he recogido como veinte “pajarinos”… ya sabes de los que pierden el “norte” y he visto a Juan Manuel, el muchacho de la casa del cerro…. Pues no veas que atención ponía el muchacho, ¿Qué si como los ha conseguido? ¿Qué si con reclamo o con red? ¡Coño! si hasta le he dicho que iba a venir a pelarlos a lo alto del barranco y me ha dicho que a las doce estaba aquí como un reloj…
-Ya sabes lo que pienso sobre esa manía tuya de “tó” lo que vuela a la cazuela y no me extrañaría nada que te mandara a la Guardia Civil… y con razón…- Definitivamente este veraneante me estaba tumbando la teoría… a pesar del calor reinante este hombre no dice incongruencias.
“El morral” mete la mano en el morral y empieza a sacar pajarinos, primero uno y luego otro, así hasta reunir en una fila absurdamente marcial veinte pajarinos quietecitos…, como dormidos…, luego coge uno y comienza a despojarle de las plumas hasta dejarle como vino al mundo…(pero sin vida)
-No puedo entender como habiendo comida tienes que retirar de la circulación estos pájaros que lo único que hacían era dar alegría a estos campos…- Le reprocha el “asentao”
-¡Vamos, no vengas con pamplinas…, que no veas cómo están de buenos como los prepara quién tú ya sabes….! – Contesta el “morral” tirando otro pellizco de plumas.
Con paso decidido se acerca el muchacho de la casa del cerro, debe tener unos diez u once años, la tez morena por la acción del sol, es delgado pero fuerte, llega y se sienta al lado de los otros dos y saluda.
-¡Vaya…, como un reloj,…y eso que no tienes!-Dice el” desnudador” de pájaros.
- Si, si que tengo- y con un gesto de su barbilla señala la torre de la iglesia que ostenta una esfera más grande que el sol pero que el morral es incapaz de descubrir…
-¡Bueno, Juan Manuel, coge, coge y vete pelando que aquí hay “pa tós”!—El muchacho mira al “coherente” que aun si cabe parece más coherente al permanecer callado, como preguntando porque este está libre de desnudar pajarinos…, pero no dice nada.
El muchacho coge y con una destreza increíble pela un pájaro y luego otro, los tres en silencio ven como lentamente se va llenando aquello de plumas que permanecen quietas como testigos del abuso, y porque a pesar de estar en lo alto del barranco no se mueve ni una gota de aire.
-¿Cuántos pajarinos me vas a dar?- Dice Juan Manuel después de un rato, mientras una sonrisa se dibuja en el rostro del “coherente”, y algo parecido a extrañeza invade al “morral”.
-¿Cuántos? no sé…- Dice el “joio” egoísta- Uno o dos, ¿no?- En un arranque de generosidad difícilmente comparable. El muchacho para de pelar, mira al “morral” y con un desprecio asombrosamente elegante tira el pájaro a medio pelar junto a los otros y éste rueda entre los demás de una manera grotesca…
- ¿Pues sabes que te digo…? – Dice levantándose de la piedra- ¡Que los vas a pelar tú!- Y mientras se aleja; el “coherente” comienza a reírse a carcajadas y le dice:
-Lo que yo te decía.., ¡Igual que los nuestros…, melón! – Apunto de atragantarse- ¡Igual que los de ciudad!