lunes, 25 de abril de 2011

Porque me pasó a mí, si no, tampoco me lo creo...

Cualquiera que haya leído algo de lo que he escrito sabe de mis sentimientos hacia los animales, yo lo llamo “repeluco”, pero algunos dicen sin ambages que es miedo, yo no diría tanto…pero algo de fuerza de voluntad he de imponerme para siquiera soportar estar al lado de alguno, el porqué de este breve recuerdo se hace necesario para la comprensión de lo que paso a relatarles.

En esta primavera, provocadora como todas de la Astenia primaveral..., pues si fuera en otra estación seria invernal o incluso veraniega, recordé los acontecimientos acaecidos no hace mucho y que me llevaron a una superación; como no hubo nunca de mis limitaciones ante el repeluco.

Hacía días que los árboles recién podados se empezaban a adornar de pequeñas hojas verdes, la luz del sol, sobre todo de día, empezaba a repartir ánimo y dicha entre los mortales sufridores de un invierno largo y crudo como le gustan a más de uno los filetes… y el trino de los pájaros hacia su presencia de manera insistente. Igual de insistente que la manera que tienen los pájaros de adornar los coches limpios…, que cuando más limpios están más se empeñan en darles ellos su toque artístico y personal a lo impoluto de su carrocería, con lo que jode, dicho sea de paso..

También hacía días que se oía en el cuarto de baño de mi casa cómo los pájaros volanderos apremiaban el reparto de comida de sus progenitores, lo cual me llevó a comentar con la que duerme a mi lado lo cerca que se oían este año el piar armónico (y pareciame a mí que algo desesperado) de los alados cantores, después de un par de días se oía a los pájaros como si estuvieran metidos en el váter y lo que empezó siendo admiración por el milagro de la vida acabó siendo algo tostón, vamos un tostón de cuidado, venga de piar y piar los pájaros, Luego de tratar de saber qué alternativas había para acabar con semejante placidez pajareril llegamos a la temible conclusión que alguno de estos cantores se había caído por el respiradero y reclamaba auxilio en algún lugar sin determinar entre nuestro piso y el del vecino, al cual parecía no molestar lo mismo que a nosotros por lo que se tomó la terrible (para mí) decisión de abrir el respiradero y comprobar visualmente que pasaba, pues la alternativa era no mirar y dejar que pereciera el “Cagaprisas” que cada vez cantaba más bajito pero igual de insistentemente, reunido el cónclave familiar se llegó a la clave que el que debería abrir el respiradero era yo, ¿Porqué? Porque era el cabeza de familia…, me dijeron…, como si eso importara a la hora de bajar la basura…, por ejemplo…

Visto que no había otra manera de invitar a nuestro ilustre visitante a abandonar de manera digna la mierda respiradero, que dicho de paso no sirve para nada porque ni evacua el mal ambiente ni atrae el aire fresco que sobre todo de buena mañana este esforzado lugar reclama, se me proporcionó las herramientas necesarias para llevar a cabo el desalojo del ocupa cantaor, estas fueron escasas pues se componían de un cepillo y un destornillador, la estrategia, según la que duerme a mi lado, era remover por dentro en el respiradero y que nuestro “problema” pasara a ser del vecino, la mía era que lo removiera ella que para eso era más de pueblo que yo y su contacto con la naturaleza era más satisfactorio y prolongado en el tiempo, pero como casi siempre en esta vida triunfó la suya y allí estaba yo a las cinco de la tarde de un día primaveral con un cepillo y un destornillador en la mano y el pájaro venga de piar y piar. Parecía un cazafantasmas pero sin el apoyo musical y vamos que sin ningún apoyo, porque la que duerme a mi lado me cerró la puerta del pasillo y las de las habitaciones y a continuación cerró con un golpe seco y demoledor para mi fuerza moral, la del váter; con todo el aplomo del que pude hacer acopio me subí en el borde de la bañera y rezando con la más ferviente fe en que el pájaro se cayera para abajo, hice palanca en la tapadera enrejada del pequeño orificio que tenía como misión proporcionar aire fresco (sin conseguirlo…) a aquella estancia de mi hogar procuradora de alivio y en la que tanto esfuerzo se hacía tanto de día como de noche(tampoco tanto..., vamos lo normal....), metí el palo del cepillo y empecé a remover esperando que se cayera pero no pasaba nada digno de mención, salvo que la que duerme a mí lado abrió de repente la puerta para interesarse como iba la caza y me dio un susto de muerte que apunto estuve de darle a ella con el cepillo sin que pueda ser esto violencia de género, siendo claramente legítima defensa… la cuestión es que no le dí, salvo alguna instrucción contundentemente verbal sobre la conveniencia de que se fuera a freir algo…lo cual hizo inmediatamente volviendo a dejarme solo ante el peligro.
Me dispuse de nuevo a introducir el cepillo en el respiradero, ya sin ninguna esperanza de que pasara nada, ni bueno ni malo, ya solo pensaba en hacer una pequeña cruz con dos palos de helados para señalar donde reposaban los restos del pajarino cuando alcé la rejilla y subido en los bordes de la bañera oteé el interior del respiradero sin ver nada más que algunos ladrillos allí colocados desde la noche de los tiempos...
Decidido a terminar con aquel concierto y envalentonado por no ver peligro inminente decidí meter el palo de la escoba y como casi siempre que se decide meter algo donde no se debe, pasó lo que tenia que pasar...El cantar se volvió más nítido y volví a asomar los hocicos justo para ver como se venia hacía mi una cabeza con cara de velocidad y un pico aerodinámico, el susto fue tal que pude apartar la cara de la salida y debió ser por el efecto que algunos llaman “ponerse los cojones de corbata...” que al subir tan violentamente y con tanta rapidez me hicieron dar un tirón muscular y se contrajeron las piernas de manera que se juntaron y perdieron el leve apoyo que ofrecían los margenes de la bañera, produciéndose por efecto de la gravedad un transito entre los que algunos llaman “arriba, abajo” y me encontré abajo con un palo de escoba y la bestia parda del pajarino piando y revoloteando me sobrepuse como pude y cambié mi arma por otra más apropiada..., que resultó ser una toalla... Me armé de valor, además de con la toalla y me fui detrás del mal bicho que empezó a revolotear y correr, pues no (sabría decir que es lo que hacía). El caso es que no sabría decir si el corría detrás de mí o yo detrás de él pues fue tal el ritmo que cogimos que llegado un momento cabria llevarse a engaño, y no diría que diez o doce pero algunas vueltas dimos ambos correteando en el baño y como otra cosa no pero grandes lo que se dicen grandes los baños no son, tan pronto estaba saltando el bidé como la taza del váter...resultado de esta prueba de velocidad fue que hallemé en un momento y sin que yo tuviera conciencia clara del “cómo” con el pajarino entre los pliegues de la toalla (o toballa que también se dice...).

Llegados a este punto y sin resuello por varias razones... a saber:
Contravenir el instinto de conservación que me dictaba el “repeluco”.
La impresión de ver venir a toda velocidad una cabeza con pico... y la posterior caída del guindo..
Además de encontrarme entre las manos con un cuerpecito frágil y delicado..aparentemente...porque a mí que no me digan que estos bichos son inofensivos...
Pues, que estaba sin resuello... pero aún me quedaba un poco de aire para gritar con autentica desesperación: ¡La puerta, la puerta! Y una vez abierta la puerta, volver a gritar: ¡La ventana, la ventana!, me dirigí raudo y veloz como un guepardo detrás de un cordero...o como yo mismo detrás del mismo cordero.. y arrojé la toballa, al pajarino y casi a la silla con la que me tropecé por la ventana y como a cámara lenta pude ver con satisfacción ( y algún transeúnte también) como el pajarino se quedaba posado en la rama del árbol mirando también a la toalla posada junto a él, Luego vinieron las explicaciones, de porque aquel día había sido el único ser humano que había pescado un pajarino de un respiradero, y una toballa de un árbol...vamos que porque me pasó a mí sino tampoco me lo creo....