viernes, 28 de noviembre de 2008

PAVO


Siento inducir a error con el título de este evocador recuerdo que ahora me dispongo a relatar. Es posible que alguien habitual lector de mis disquisiciones, piense que va a encontrar algo sobre comida o demás elementos sustentadores de la vida humana, pero no es así. El titulo de este escrito viene dado por otra cuestión que inmediatamente paso a contarles.

En mi vida fueron muchas las veces que metí la pata. En muchas de ellas la intención era meter otra cosa (Entiéndase que quiero decir cosas como: meter baza o meter las narices) Tendría yo la bonita edad de doce, catorce años, cuando la vida trajo a mí el descubrimiento más maravilloso que se puede hacer a esa edad y que no es otro que el de que las mujeres son un complemento perfecto a las carencias naturales con las que los hombres venimos a este mundo, por lo tanto con doce años empecé a ver que las mujeres tenían un “lado” más que interesante y que dejaban de ser aquellas humanas presencias a las que no les interesaba otra cosa que el “amor” y demás pamplinas, estas y otras sensaciones las empecé a notar de repente, miré alrededor y mis hermanas dejaron de existir como aquellas cosas que estaban todo el día pensando en Camilo Sesto y hablando de este chico o aquel… y se perfilaron como fuente inagotable de información para la mundanal causa.

Las muchachas de mi barrio pasaron de ser un incordio, siempre deseando jugar a ñoñerías, como pases de modelos e imitaciones de actuaciones, a ser perfectas para jugar a médicos, a papás y mamás e incluso para ensayar algún que otro baile…, yo tenía digamos que “cierto interés” por una muchacha más grandota que yo y “muy adelantada” a su tiempo. Ya se adivinaban en su perfil, formas y “redondeces “que presagiaban una mujer “atractiva”, ya he manifestado en varias ocasiones mi tendencia natural a escoger del plato las tajadas más gordas…en esta ocasión gorda no era, pero viéndome a mí puede decirse que era muuuy grande…

A principios de Junio de aquel venturoso año hacia bastante calor y yo había terminado mis deberes, que consistían en dejar la cartera en el sitio correspondiente y no desordenar la casa, cosa que hacía a la mayor brevedad para irme a la calle con mi inseparable amigo “Joaquín”. Llevaba Joaquín unos pantalones de cheviot grandes como un demonio y una campana que para sí quisieran en Burgos Catedral, con un cinturón ancho y con la hebilla de un león en pleno rugido que nada tenía que envidiar a los de las Cortes…, acompañaba aquel conjunto con un jersey de cuello alto de color rojo que debido a lo “encendido” de su color y al calor que hacia adivinabase la inminencia de una combustión interna de Joaquín o al menos una sofocación eterna por semejante abrigamiento, …entre los pantalones de campana, el cinturón, los zapatos con un tacón, que parecía que calzaba un par de pales y el jersey ceñido de cuello alto…parecía el mismo demonio, yo llevaba unos pantalones de mi hermana mayor, que como estudiaba, corte y confección le dió por cortar y dejarlos por la mitad del muslo, pero debió de medir mal y los dejó que no se sabían si eran cortos o es que me quedaban pesqueros, el caso es que años después se pusieron de moda y aun hoy se llaman “piratas”.

Parecíamos los Rolling Stones en versión española: Los chinarros revoltosos, más o menos…seria la traducción, cuando apareció por el portal de enfrente la muchacha de generosas formas que hacía que mi sofoco se elevara…igual..igual que se elevaban otras cosas… los balones arrojados por fuertes brazos…por poner un ejemplo…el caso es que había una valla que separaba la acera de la calzada en previsión urbanística envidiable de alguna mente preclara , yo tuve una fugaz imagen en la que me veía emulando algún trapecista famoso quizás a Burt Lancaster y tan fugaz como la imagen que vi, fue mi carrera como “saltimbanqui”, viendo que la chica “generosa” y su amiga se acercaban donde el demonio hecho persona que era Joaquín y el saltimbanqui que era yo, con aquellos pantalones de espuma y cuadros amarillos y verdes podría pasar por payaso, y sin ellos mucho más y sin duda mejor. El caso fue que chulito yo, decidí deslumbrar a aquella “mujerona” con mis habilidades saltarinas y en un abrir y cerrar de ojos estaba encima de la valla evolucionando con un arte y una maestría sin par( Sin par estuve a punto de quedarme…), Joaquín desde abajo con la boca abierta, los ojos ligeramente vidriosos y los mofletes a tono con el jersey colorao parecía un diablo pero echao a perder, no salía de su asombro y el infeliz parecía preguntarse ¿pero que “la dao” a este Damián para ponerse a hacer la cabra? Mientras…, Damián (o sea, yo) seguía dando pasitos titubeantes encima de la barandilla con los brazos en cruz con una habilidad que parecía tener de toda la vida…

Mi carrera terminó… rápidamente. Joaquín me dijo tiempo después que me vio subir apenas en un segundo a la valla, más sin embargo confiesa entre carcajadas que verme caer no me vio, estaba arriba y un segundo después ya estaba abajo, fue visto y no visto. Perdí el pie de la barandilla, … caí en dos tiempos, pude hacer en dos tramos la caída más rotundamente estúpida que he podido ver de cerca…muy de cerca, caí espatarrado con la barandilla en medio de cada una de mis piernas, y ya se pueden imaginar…sentí un dolor agudo o grave yo creo que la palabra adecuada sería grave, muy grave, la cuestión es que el grueso (Pero bueno…¿qué clase de persona, creen que soy..? ese grueso no, ¡Diablo!) , el grueso del daño se lo llevó la parte interna de mi muslo derecho y solo un ligero golpe incidió sobre el grueso…perdón, sobre mis tendencias maltrechas, el caso es que allí mismo hice la primera parada, se me pusieron los ojos trabaos, empecé a resoplar como locomotora a vapor y seguí con lo que estaba que no era otra cosa que acabar de caerme, como no podía poner los pies en ningún sitio y mis “facultades” estaban siendo mermadas de una manera asombrosa, fui girando sobre mi misma entrepierna rodeando con estudiada destreza la barandilla, para acabar cayéndome de nuevo al suelo esta vez desde mi cabalgadura que era la recia barra , así es que allí quedé, viendo muy de cerca las baldosas de la acera y viendo además como llegaba la “mujerona” a la que quería sorprender, y puedo dar fe que venía con cara de sorpresa la joia, aunque para cara de sorpresa debía ser la mía. Mientras toda mi vida pasaba rauda y veloz, que es lo que dicen que ocurre en los momentos anteriores a la muerte, pues yo pensé que me moría. Oía de fondo unas risas y unos golpeteos que adiviné enseguida provenían del diablo de Joaquín, ¡Ay, ay, ay, hazlo otra vez Damián…, otra, ay, ay, ay!. Entre tanto, no sin dificultad pude ponerme en cuclillas y empezar a dar botes, que era lo que había visto hacer en situaciones del mismo “calado”, llegaron la mujerona y la mujercita y me preguntaron ¿que si me había hecho daño..?, ¡QUE SI ME HABIA HECHO DAÑO…!, ¿se puede ser más…?, Ostias no me voy a hacer daño si me he montado encima de la barandilla sin silla ni ná… Años más tarde… cuando tuve el anhelo de contribuir con un Damiancito al incremento de la demografía mundial, tuve mis dudas por las consecuencias de aquella actuación sobre mi capacidad para perpetuar la especie… no hubo problemas, pero dudas existieron…, aunque leves. Pero sobre lo que no hubo nunca dudas es del motivo del título, de este texto… ¿Se puede ser más PAVO?

viernes, 21 de noviembre de 2008

ESPINOSA

Espinosa era un tipo moreno, un gran bigote atravesaba su cara redonda y amplia, de aspecto sano y cuerpo recio. Hablé con él en muy pocas ocasiones, en veinte años quizás serian cinco. Persona experimentada nunca se negó a ayudarme aun en las cosas más triviales y básicas, siempre mostró ante mí un inusitado afecto que iba acompañado con una crítica feroz al orden superior, como si tuviera la imperiosa necesidad de tener un enemigo común para acercarse a alguien.
Espinosa se dirigió a mí un lunes, le ví venir y me causó extrañeza la decisión con la que se aproximaba, esperé intrigado qué sería lo que me iba a decir, y llegado donde yo estaba alargó su mano y en un movimiento instintivo se las estreché.
- ¿Cómo andas Damián…, hoy es mi ultimo día, mañana ya me jubilo…? –
- ¡Vaya, eso está muy bien, compañero, aquí no hay quien se entere como somos tantos…!-
- Bueno lo pusieron en el tablón hace unos meses, pero como andas ensimismado en sabe Dios qué…
- Es cierto- dije a modo de disculpa, sabiendo que en realidad ninguna era buena- sabes que en cuanto entro, procuro ir a lo mío…
- Cada día te pareces más a tu padre, ¡jodío! - Le agradecí con la mirada el recuerdo, y me obligué a ser amable, aquel tipo merecía ser conocido mejor.
- ¡Bueno en la Cafetería he dejado unos churros para que por lo menos hoy os acordéis de uno…!- Dijo con un leve tono de estudiado rencor.
- ¡Muchas gracias, Espinosa, pero ya sabes que estoy a dieta y…!
- ¡Anda, anda que a mí no me engañas… tira y coge un par de ellos…!
- ¿Y ahora que vas a hacer con tanto tiempo…?- Intenté cambiar de tema para no pensar en los churros.
- ¡Ahora vamos a viajar, unos meses en el pueblo y el resto con el nieto, que está hecho un bandido…ya me apuntaré a cursos para aprender cosas inservibles y me iré a mirar las pocas obras que van a quedar, bueno Damián, ¡suerte! Que con la crisis...veremos a ver, yo ya me libro…¿Pero estos que mandan…?
- ¡Suerte, Espinosa, disfruta y tómatelo con calma que ahora vas a tener tiempo para todo…-Asintiendo con un ligero movimiento de cabeza me dió un golpecito en el brazo se alejó a seguir con las despedidas...
Hoy, miércoles, vinieron a decírmelo…, dos días pasaron…, un estremecimiento recorrió mi cuerpo, dejando paso a continuación al asombro más grande que hasta ahora experimenté… Espinosa había tenido un infarto… fulminante, podíamos visitar a su familia en el Tanatorio, dedicarle a él un poco más de tiempo que el que le dedicamos en vida…sentí no haber aceptado su invitación...¡Maldita sea!.., pensé en su mujer, en sus hijos y en su nieto…¡El bandido!, pensé en todas las cosas que se dejó sin aprender, en su pueblo, en los paseos que no daría… los viajes que no compartiría… y sentí una inmensa pena…más que por él, por mí…

…tan real como la vida misma…, e igualmente injusta.

jueves, 13 de noviembre de 2008

LIGERA RESBALA GOTA QUE MIS DEDOS MATAN


Calzados mis pies con sandalias, mis calcañales algo resecos por el abuso de permanecer a la intemperie, con paso decidido pero cadencioso, se dirigen al centro del mundo, catedral en mínima expresión, templo donde los mundanos, hablamos de mundanales asuntos, buscando conexión con el mundo más allá de estúpidas noticias de relleno, más allá de medallas y más medallas. Entro despacio en la cueva, oscura sala que me brinda frescor y alivio a calores adquiridos en el tránsito por estas calles, por mi frente, ligera resbala gota que mis dedos matan, dentro de mi frente, gotas aparecen en tropel, decorando la botella fría que mi mente anticipa, cerveza es lo que dentro de mí, mi cuerpo ansia, ahora es lo que toca, ahora toca saciar la sed y para ello no hay mejor sitio que este espacio donde se oyen voces en tropel, golpecitos amables en hombros recios y peticiones impacientes hacia la sacerdotisa de este templo

--Buenas… ¿Tardes?. Titubeo al saludar
--Buenos días… ¿Qué va a ser? ¿Mahou?, ¿Águila?—Mientras, la señora busca en la nevera con prisas, supongo que para dejar de perder el tiempo con este mortal y dedicarlo a cosas más provechosas como por ejemplo picar tomate…
--Carlsberg, por favor.---
La señora, para por un momento su ir y venir y piensa por un instante en lo extraño de la petición, pero es un instante apenas perceptible pues inmediatamente se sumerge en la nevera, vestigio artificial de glaciares polares y surge orgullosa con la jodia botella verde, con mirada desafiante, sabedora ella de haber superado el reto. Mira a los ojos de este jodio antojadizo y sin decirlo pero a gritos, parece escupirme en la cara.
--¡Que!, ¿Te creías que no iba a ser?, pues hay la tienes,… ¡Caprichoso!

La dama espera paciente su venganza y cuando el antojadizo ( o sea, yo), coge su botella verde con deleite, con anticipado deleite y con fruición se lleva el orondo orificio, de la oronda botella verde, a su orondo cuerpo y empieza a deslizar el helado liquido dorado por sus labios, apenas mojada su boca la señora con voz clara y fuerte, interrumpiendo ese momento mágico le pregunta:
--¿Quiere vaso?—Mientras una leve sonrisa se dibuja en sus labios, a la vez que da un tajo al tomate de Pizarro que sin decir ni mu cae en dos mitades simétricas, una a cada lado de la afilada hoja. Se queda callada esperando respuesta, sabedora que la educación y la pregunta directa y servicial no puede quedar sin respuesta.

El antojadizo ( o sea “nada que ver con huesos” o sea, yo) con la botella verde entre los labios iniciado ya el postrer sacrificio, da un respingo mayúsculo y apunto esta de caerse del taburete (que bonita palabra Ta-bu-re-te, parece musica, perdón), se oye un ruido como de garganta quebrada, quebrado el trasiego del líquido elemento, el antojadizo, osado peticionario de botellas verdes, no puede reprimir su instinto educado y a una pregunta como esa ha de contestar inmediatamente mientras la señora sabedora de su poder disfruta de la interrupción y del respingo que él torpemente ejecuta.

--¡No!, no es necesario, gracias.—Sintiendo como una rotura en su garganta adquiriendo en todo su esplendor el significado de la palabra “gañote”, en el convulso movimiento se derrama preciado liquido, adquiriendo el antojadizo la certeza de que su capricho vengado queda. Es que no puedes beber como todo el mundo Águila, Mahou, no tú… tienes que ser especial y beber Carslberg , pues ahí tienes… la certeza de ser especial y preguntarte si quieres vaso cuando a todas luces se ve que no, pues te afanas en trasegarte la joia botella verde, prescindiendo de las dos manos por mor del justo decoro.

Después de este “toque” de atención, el antojadizo ( de nuevo, yo) que tonto no es (un poco si), piensa en lo bien que estaría acompañar a la extranjera verdosa con un pincho, pero como no se atreve a contrariar de nuevo a la sacerdotisa del templo le pregunta a otro antojadizo que bebe Heineken a su lado: --¿Es que aquí no ponen nada para pinchar?—Dicho esto con el suficiente esmero y descaradamente bajito para esconderlo de oídos indiscretos.
A lo que el segundo antojadizo responde:--¡Si, hay lo tienes!—
--¿El qué?—
--Para pinchar…—
--¿Tomate, pruebas de cerdo, patatas aliñadas…?
--No, para pinchar ahí tienes los palillos…-- Se puede ser más tontito, pero más gracioso, no, más gracioso, no.
Haciendo acopio de valor se dirige a la oficiante del servicio y con toda la dulzura del mundo.
--¿No tendrías un pinchito por ahí?, de comer…no para pinchar, ¿no sé si me explico?.Me aturrullo, temiendo otro ataque de gracia nativa.
--Pues no. No te explicas, pero te entiendo… --dice ella sibilina mientras pone tres calamares en un platito inoxidable.—Hay tenéis para los dos…
--No si yo no vengo con este de la Heineken..—Explico inútilmente pues ella sigue operando con estudiada destreza el Tomate de Pizarro, que de la UVI hoy no sale…
Tomo un calamar, el de la Heineken toma otro, y por un instante nos miramos los dos, pues nos asalta una de las dudas existenciales más rotundas que cabeza humana pueda tener en días estivales y es, ¿Quién se come el que queda?, miro a la malvada que creó la situación el tiempo justo para ver como el antojadizo de la Heineken se mete el tercer calamar mientras distraídamente pone atención al programa de letras que hay en la tele.
¡Maldita sea, me la han vuelto a pegar… si es que aquí hay que venir comio…!

domingo, 9 de noviembre de 2008

JUSTITA

Justita la llamaba todo el mundo, Justa era su nombre, y en su vida no hubo nunca Justicia, vinieron de Ciudad Real, no recuerdo el nombre del pueblo, ¿acaso importa?, no, no hubo justicia, porque rodeada estuvo siempre de maldad y miseria, una miseria ancestral que le mana a uno de los huesos, una miseria que se adivina aunque esté envuelta de belleza, un destino escrito por mil veces sobre piedra dura, impasible al desgaste del viento y del polvo, su madre autoritaria gritaba sin cesar, nunca oyeron sus juveniles oídos palabras serenas y amorosas, acaso su madre a su vez sería lo que oyó de su madre y así en un cuento mil veces inacabado en una espiral maldita, el padre, hombre callado y con la resignación en el rostro, ahogadas sus penas en alcohol y trabajo de albañil, buscando una y otra vez el agotamiento físico en el tajo y el mental en el alcohol, alcohol que le hacía olvidar la pena que sintió al saber que el primogénito de su casta no sería nunca un digno representante de ella, el niño había nacido con graves deficiencias físicas y mentales y él a duras penas conseguía vivir engañándose con el adictivo liquido, por eso se había rendido a los gritos de su mujer y permanecía feliz mientras se oían los gritos de aquella mujer mil veces atormentada por la pena y la desgracia. Ni siquiera el nacimiento de aquella muchachita había conseguido levantar una vida que lánguidamente se apagaba.

Justita era de tez muy blanca, alabastro hecho carne, nieve cálida pues si era más blanca que la nieve no era fría como ella, poseía una mirada marcada por el desanimo pero viva y acogedora a la vez, vergonzosa, agachaba la mirada apenas notaba que la miraban y obedecía siempre que la voz firme de su madre se imponía por encima del deseado silencio, vagaba por el portal y por la calle siempre al abrigo de su hermano, manteniéndose siempre en un segundo plano, siempre callada, siempre pensativa…
Justita…, Justita era la última de cuatro hermanos, el primero necesitaba cuidados y atenciones a todas horas, el segundo un muchacho débil y sibilino había descubierto el mundo de las drogas y la rapiña y no había ninguna otra cosa que tuviera sitio en su cerebro dañado por la adicción, la tercera era inteligente, y su inteligencia la había llevado a la certeza de que el mundo era diferente fuera de las cuatro paredes de su casa, por eso mantenía un absoluto empeño en hacerse un mundo fuera de allí; y se alejaba de todo aquello que consideraba un lastre, y por ultimo estaba Justita…, pillada en tierra de nadie, envuelta entre las voces de su madre y los silencios de su padre no veía el camino que debía seguir y apenas empezó a caminar, el suelo desapareció de debajo de sus blancos pies…

¡Justita, mi Justita!, gritaba entre llantos, la voz femenina que a menudo profería insultos y desprecios. --¡Justita, ya te lo dije, que no vayas, que no vayas!—Pero Justita había ido, quizás dando un primer paso que hiciera evidente su rebeldía, Justita se armó de valor y rompió la autoridad materna, quizás el único dia en el que debía haber hecho caso de su madre.

¡Justita, mi niña!, gritaba la voz y a mis oídos llegaban sus lamentos, a través de paredes delgadas y finas como la línea que separa la vida de la muerte. ¡Justita, hija mia..!, ¿Acaso estas dormida?, pero Justita no dormía, su blanco rostro destacaba entre la madera oscura; la luz tenue de las velas producían sombras que se reflejaban en la blanca y fría pared, su tez blanca y cálida antes, ahora aparecía pálida y fría, como burlándose de aquella vida que no le dio, absolutamente nada...

Apareció por la puerta el novio de Justita, un joven apenas mayor que ella, con el brazo rígido de escayola, la cabeza vendada y un rictus serio intentando mantener la entereza, pero gimoteando al fin como lo que era, un niño. La madre de Justita interrumpió su balanceo, dejo de darse golpecitos en el pecho, donde debía estar su corazón atormentado y clavó sus ojos en aquel que se la llevo viva y se la devolvió muerta…

--¡Tú…, tú has tenido la culpa, os dije que no fuerais, que pintaba ella en un concierto…, tu me has quitado a mi niña, mira lo que has hecho…! Y mi padre, hizo salir al muchacho mientras se le clavaban las palabras en el alma,.
--Yo no pude hacer nada el coche se salió de la carretera, ella no llevaba el cinturón y salió despedida fuera del coche,…si pudiera me cambiaria por ella…!-- intentaba entre gimoteos justificarse, mientras mi padre le golpeaba en los hombros y le acompañaba a la puerta .
--¡Vamos es mejor que te vayas… ahora no lo va a entender!. Las vecinas intentaban callar aquella furia desatada, aquel torbellino de ira y solamente lo consiguió el hermano mayor de Justita que en un arranque de lucidez se acercó donde yacía su hermana y apenas pudo decir en su idioma propio el nombre de quien siempre le dio palabras de amor y cariño, palabras que ni siquiera su madre supo entender que existían: ¡Juztita, apa, amos a jugal! Decía su hermano sin entender porque permanecía allí tan quietecita…

Justita, murió hace veinticinco años, cuando ahora mis hijos me informan de que van a un concierto, mi corazón se acelera, mi pulso golpea más fuerte y mi mente recuerda los gritos de aquella madre clamando al cielo por su niña. Y ellos me miran contrariados por mis negativas por mis dudas por mis peticiones de explicaciones, ajenos al dolor que sentiría si les pasara algo, ajenos a la inmensa pena que ya sentí una vez, hace veinticinco años, cuando Justita se fue…

sábado, 1 de noviembre de 2008

GARBANCITO NEGRO

Era una bonita tarde de aquel otoño, raro y dudoso, pues unos días eran fieros y con arrebatador frio y el día siguiente lucia un anaranjado sol calentando hasta el crepúsculo, aquella tarde caminaba absorto en la música que los cascos hacían llegar a mi confundido cerebro, veía pasar a niños camino de su casa después de una tarde en el colegio olvidado ya el sopor de la sobremesa y recobrado el ímpetu y las energías que les hacían presagiar una tarde de juegos y diversión, cuando una algarabía de voces en el idioma canino hizo que elevara la vista y viera allí, en la terraza del primer piso a tres perritos uno negro y dos blancos, allí asomados daban ejemplo de convivencia y tolerancia sin mostrarse entre ellos ningún extraño rencor, los tres estaban recluidos en la terraza y hacían saber al mundo con sus ladridos que aquello era injusto, el devenir de humanos de todos los tamaños con rostros anhelantes de juegos les producía una inquietud que solo podían expresar ladrando a todo lo que se movía, el perro negro era el más atrevido y en su afán no veía el peligro de ponerse tan dicharachero en su oratoria; de repente perdió las manos y cayó entre los ladridos de sus compañeros y los gritos de asombro de algún niño sorprendido por ver llover perritos del cielo.
A pesar de caer desde un primero, la distancia al suelo era grande para tirarse asi, alegremente. El perro negro dió un costalazo considerable contra la cuadriculada acera y después de unos momentos de dudas se incorporó como si no entendiera como es que estaba allí abajo, deseándolo como lo deseaba después de toda una tarde ansiando que lo bajaran a la calle, sus compañeros no paraban de ladrar no se sabe si deseando acompañarle o burlándose de su infortunio, el pobre miraba a todos lados temeroso de hallarse sin la protección que le brindaba la atalaya y yo venciendo el ancestral repeluco que me dan los animales vivos lo sujete durante unos minutos y juro que hasta lo acaricié, pasado un tiempo bajo una niña de unos ocho años gritando: ¡Peca, peca! Y entendí que aquel era el nombre de aquella bella dama y me aventuré a pensar en los motivos de aquel nombre; decidí que no sería una incitación al pecado sino más bien la certeza de que el color negro que cubría su pelaje a diferencia de sus hermanos les hizo elegir este nombre pues era una gran peca la que cubría todo su cuerpo.
¡Nena, aquí! –grité llamando la atención de aquella colegiala que había echado en falta la presencia del garbanzo oscuro que faltaba de la olla, perdón de la terraza. La niña se acercó rápidamente y cogiendo el perro de mis brazos me dio las gracias y gritando al perro le dijo:
¡Mira que te lo hemos dicho, un día te vas a caer, niña mala!---mientras se alejaba camino del portal para devolver el garbanzo a la olla, desapareciendo de mi vida aquella dama caída del cielo.
De vez en cuando me obligo a pasar por allí con el deseo de contemplar, aquella agitación y algarabía y he de decir que me asombra hasta qué punto los animales aprenden de sus errores, pues desde aquel día, siempre que paso por allí mi amiga “Peca”, permanece en un tercer plano dejando que sean los demás los que corran con el dudoso gusto de llevar “la voz cantante”, ella ya no se acerca tanto al borde de la terraza, se muestra más comedida en sus paseos por la barandilla y ve pasar la vida de una manera más altiva y tranquila con la certeza que dá la experiencia de saber que no merece la pena partirse el cuello ni llevarse un costalazo en las costillas por demostrar no se sabe qué cosa, yo la miro y ella me mira y no sé pero yo creo descubrir un leve atisbo de conocimiento y la complicidad de saber un secreto que los demás no alcanza a entender, caerse desde un primero hace daño, mucho daño.