viernes, 27 de septiembre de 2013

No se mueven ni las piedras....

Corria el año de nombre 2013, quinto de la crisis que asolaba España, el día siete del octavo mes y me encontraba en el atrio del Santuario de Santa María de Guadalupe, tomé un poco de aire y busqué alrededor a mis acompañantes, ¡Ja, acompañantes! Me dejaron solo en cuanto pudieron, total por pararme a comprar la coca-cola zero a la que en ese instante quitaba su último hálito de vida, busqué dónde depositar sus restos mortales pero no encontré sitio alguno y opté por guardar la lata en uno de los numerosos bolsillos de mi pantalón de camuflaje (Con las veces que prometí no volver a vestir nada de color castrense...he ahí el valor de la palabra dada desde el rencor y el resentimiento...)

Encaminé mis pasos hacia la Mayordomía y atravesé sus puertas encontrando cobijo del sol que comenzaba a cobrarse con renovado esfuerzo en forma de sudor, mi atrevimiento por beber liquido. Unas grandes vitrinas con recuerdos cubrian las paredes y una caja registradora presidia la estancia con una señora en lo alto, para ser más exactos detrás; descarté hacer la visita guiada y se la recomendé a mis acompañantes por ser ellos nuevos en la veneración a la Patrona de Extremadura, esperé apenas unos minutos en la cola de acceso al patio para subir al Camarín de la Virgen y empecé a escuchar voces extrañas que no entendía, giré el cuerpo lentamente hacía atrás (todavía puedo...) y observé a una pareja de alemanes que conversaban animadamente sin quitar la vista del techo, pensé que eran alemanes pero pudieran ser holandeses, austriacos, o bielorrusos, de donde seguro que no eran, era de Abertura, por un suponer..., ni de Zorita, ni El Escurial, ni siquiera parecian de Miajadas por ser esta, ciudad grande, populosa y cosmopolita, eran alemanes por la gracia divina y por mi santo parecer. Delante de mí una abuela pugnaba por mantener a uno de sus nietos con la debida compostura, sin lograrlo por cierto, mientras su hija, se apoyaba en el carrito de un infante aún más pequeño y otra nieta de la primera buscaba el móvil en la mochila no fuese que le hubiesen enviado un twitter, un tuenti, un facebook o cualquier otra misiva sin que se enterase y no era plan...

Comenzamos el ascenso por un largo pasillo que muere en el Patio Mudéjar sin que la correlación de puestos se viera alterada, delante la familia, yo a continuación y mirando mi nuca los alemanes, al llegar al Patio ví una especie de pajarillo negro que colgaba de un saliente de la columna y me fijé con detenimiento para comprobar que aquello lejos de ser un pajarillo, no era otra cosa que un murciélago, los pajarillos se apoyan en las patas y aquel colgaba de las suyas, allí estaba, con sus dientecinos y ojillos saltones meciendose al socaire de la brisa que corria por lo que allí llaman Glorieta del Lavatorio, fué grande mi susto y mas grande el del alemán cuando después de acariciarlo con un dedo el individuo desplegó sus alas nervudas y abrió la boca no sé si amenazante o protestando y volvió a su estado inicial, ( me refiero al murciélago..., no al alemán) Fruto de la inercia y de mi instinto de conservación le indiqué al tipo, que aquellas cosas no se tocaban no fuera que en un arranque de cariño el murcielago me mordiera a mí y no al instigador de sus pesadillas. El alemán sonrió y zafandose de su compañera, que casi se le encarama en todo lo alto, dijo -- ¡Danke!-- en un primer momento creí que me llamaba tanque, pero ya no estaba tan gordo, había perdido en la primavera un par de kilos y mi figura esbelta así lo atestiguaba, así que pensé que era su forma de decir: Gracias. Ya ves tú, con lo fácil que hubiera sido decirlo y ya está. Continuamos por la galeria, observando el templete y cuantas maravillas alcanza la vista en semejante espacio.

Llegamos a una sala grande en las que se inician la subida al camarin de la virgen, allí nos disgregamos todos, sobre todo el niño, Gonzalo era su nombre, ¿Porqué lo sé? Algo tendría que ver que su abuela lo estuviera gritando a cada instante.

Comenzamos la ascensión con la misma correlación de fuerzas y la misma banda sonora, ¡Gonzalo, ven aquí!, ¡Gonzalo estate quieto! ¡Gonzalo, Gonzalo! Notaba detrás de mí como los alemanes subian si dejar de mirar el techo, que no digo yo que no sean unos techos magnificos, pero...con tanta maravilla... De repente algo interrumpió aquella algarabia, dando saltos de escalón en escalón, bajaba un trozo de piedra oscura, brillante como mármol pulido y redonda, dió tres o cuatro botes y pasó junto a mí sin que mis precarios reflejos atinaran a cazar semejante pieza, no así el alemán que presto estiró su brazo y con un movimiento decidido atrapó la piedra para asombro de la concurrencia y de la alemana que creo yo desconocia aquella habilidad en su pareja, El alemán cogió la piedra y la miró y luego empezó a mirar al techo y con él su pareja, y con su pareja empezamos a mirar todos al techo, el alemán empezo a hacer gestos como buscando el centenario alojamiento de aquel trozo de historia, todos buscamos de donde había salido aquella piedra, intentado resolver el enigma más peliagudo al que nos hubieramos enfrentando en nuestras vidas, bajé la mirada apenas un instante para ver riéndose a la anciana abuela de Gonzalo, aquello no era reirse aquella buena mujer apenas podia sostenerse apoyándose en la balaustrada de la escalera, me sonreí pues tenia una risa contagiosa y dirigiendose a mi, apoyó una de sus manos en mi antebrazo y me dijo de manera confidencial: ¡Por favor, digaselo usted, que no es una piedra de aquí, que la traia Gonzalo de la calle y se le ha caido! Entonces fuí yo el que necesitó apoyo y convulsioné de la risa y como pude le dije: ¿Qué le parece si no decimos nada y dejamos que sigan buscando...? Redoblamos las risas, pero de una manera discreta, pues no es sitio aquel que inspire jolgorio e intentamos recuperar el recogimiento que merece el lugar, seguimos subiendo y atrás quedaron el alemán y su pareja mirando al techo, mientras Gonzalo tiraba de la camiseta del alemán y le decia con gestos claros y universales que le devolviera la piedra que aquella era suya y no deseaba que formara parte del patrimonio de la humanidad.

El alemám comprendió el equivoco y chapurreando en su idioma se lo explicó a la alemana y ambos subieron de nuevo hacia el camarin de la virgen donde estaba la abuela de Gonzalo atendiendo las explicaciones del monje como si nunca hubiera pasado nada, hasta Gonzalo con su corta edad permanecia callado y quieto, atento a lo que allí se decía, eso si sujetando firme la oscura piedra entres sus cortos y gordinos dedos

MI fé es precaria, es más respeto por lo que creyeron mis mayores, pero aquel día descubrí un motivo más para apreciar las creencias de los que vinieron antes de mí a venerar esta imagen en este recinto y es que para que en este sitio se mueva una piedra hay que traerla de fuera.

4 comentarios:

  1. Buen viaje hasta llegar al Camarín... y otras partes del Monasterio.
    Las últimas veces que he estado en Guadalupe no he entrado a visitar el Santuario, quizás porque tuve también una experiencia precisamente en ese Camarín y me prometí no volver a visitarlo, jejeje

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  2. Y a todo esto fray Bartolo no tuvo nada que decir, porque mira que le gusta poner orden en éste sitio...

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  3. Que alegría encontrar por aquí a Sebastián y a Filo, yo la verdad es que solamente he visitado una vez el santuario y me encanto el ambiente y el recogimiento, tal vez fue debido a que después visite Fátima y aquello me pareció una verbena. Un saludo amigo Perolo. Jeromin

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  4. Estupendo relato el que nos traes, amigo Perolo.

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