viernes, 19 de diciembre de 2008

MITSUBISHI

Giré mi cuerpo, despacio,…muy despacio, mientras, bajo mis pies, el hielo crujia haciendo sonar chasquidos que llegaban a mis oídos con la vaguedad que permitía mi gorro de lana, miré al lejano horizonte y ningún accidente geográfico se adivinaba entre mi posición y la línea que separaba el blanco hielo del azul nítido que resplandecía en el cielo despejado. Era todo blanco, un blanco que habría dañado mis ojos de no llevar mis gafas Ray Ban para nieve con cristales tratados con un baño de iridio luminiscente a bajas presiones, un blanco que me incomodaba, como el blanco de una página que está por escribir. Empezó a llegar a mis oídos el suave (al principio) ulular del aire para convertirse rápidamente en un canto machaconamente nervioso, todo estaba en silencio hasta el mismo momento en que empezó a soplar el viento con una furia desatada que en el momento inmediatamente anterior nadie hubiera podido presagiar. El viento arrancaba briznas de hielo que depositaba de nuevo sobre el mismo hielo y vuelta a empezar volviendo a arrancar de nuevo y depositándola un poco más allá en un ejercicio inagotable y perpetuo.
Llevé mi guante derecho al rostro y acaricié una vez más mi nariz que debido al frio parecía pertenecer a otra persona, noté como estaba áspera y al apretar con los dedos, sentí dolor, un dolor sólido, rotundo y lacerante que me hizo agradecer el gorro de lana extremeña, que manos extremeñas tejieron para que una cabeza extremeña como la mía lo ciñera, largas horas debieron tejer aquellas extremeñas manos para abarcar tan extremeña y tan extremadamente gorda cabeza…pero protegía del frio en tierras tan lejanas y con tan extremada dureza como los inviernos de Extremadura son capaces de soportar…
Los calcetines de thinsulate, (que no es otra cosa que lana de la buena-buena), protegían mis dedos del frio y dejaban espacio para que pudieran moverse apenas en tan reducido espacio pero permitiendo conservar el calor propio, las botas de goretex, (o sea de plástico) hicieron crepitar de nuevo el hielo y con mucha dificultad conseguí entrar nuevamente en la tienda, que se batía contra el viento luchando por conservar sus amarres…pude quitarme las botas e introducirme en el saco de dormir, poniendo encima la parka para que impidiera que mi calor corporal se escapara, y allí arropado de nuevo tiritando y encogido en posición fetal agucé el oído pues el viento furioso empezaba a arreciar dando a sus sonidos formas caprichosas, similares a femeninas voces, voces lejanas por momentos chillonas y al siguiente susurrantes y zalameras….
--- ¡Calor! , ¡Que calor…! --- Parecían decir aquellas voces femeninas y rotundas que en mi mente confundida se asemejaban al acento claro y rotundo de ni Extremadura natal.
--- ¡Chacha, que calor ha jecho…, como sigamos asín no se qué va a ser..!---Quizás el destino se burlaba de mí trayendo a estos momentos tan duros, voces y acentos familiares que hicieran más duro el final…
Abrí un ojo y luego con un costoso movimiento, saqué la cabeza de debajo de la sabana y allí estaba el causante del rabioso ulular del viento, una consola de aire acondicionado que exhibía orgullosa su origen japonés. Mitsubishi en letras rojas… puse los pies en el suelo, sintiendo la libertad de movimientos sin calcetines opresores y el cálido suelo me devolvía algo del calor que anhelaba, calcé mis pies con las chanclas azules y presuroso, aparté la cortina de canutillos que me separaba de la calle y con paso firme me dirigí a la acera, donde tía Dionisia y la señora Juana seguían hablando del calor que había hecho durante la siesta…Pararon un momento mientras se fijaban en mí, que aun tiritando me ponía al sol con los brazos en cruz en un intento de recibir más extensamente los benefactores rayos, los ojos guiñados y a veces cerrados para evitar la cegadora luz de la cálida estrella.
Tía Dionisia, recuperada de la sorpresa inicial alcanzo a decir: ¡Damián, hijo!, ¿...Acaso tas vuelto tonto…?—Mientras la señora Juana me miraba a mí y luego a su contertulia sin enterarse de nada..
Pasados unos momentos empecé a recuperar el calor y con él empezó a fluir la sangre por mi cerebro, recuperado ya su líquido estado, pues se debe atribuir a la solidez de la congelación el lento circular de la sangre por mi cerebro y el embotamiento de mis ideas.
--Es que tía Dionisia, mi suegro a puesto hoy el aire acondicionado y se conoce que estaba muy fuerte y no he pasado más frio en mi vida…gracias que les oí a ustedes hablar del calor y me desperté que si no…, ¡Atchis!—estornudé violentamente como queriendo hacer más creíble mi versión, mientras la señora Juana pasaba un pañuelo por su frente y encaminaba sus pasos hacia el abrigo de las gruesas paredes de su casa, mientras movía su cabeza de un lado a otro como negándose a entender lo que veía y diciendo en voz muy baja: ¡ Pos anda, chacha que estamos aviaos…!

1 comentario:

  1. Parece una contradicción que en Extremadura, en la siesta y en pleno verano se pueda pasar tanto frio, esos cambios de temperatura con estos aparatos modernos... !no pueden ser buenos!, así nos lo han contado siempre los viejos y quizás por eso han llegado a viejos. De nuevo enhorabuena, amigo Perolo.

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