martes, 6 de mayo de 2008

COMER BOLLOS NUBLA LA VISTA

Aquella era una fría tarde de febrero, del año setenta y siete, los tres éramos muy amigos, lo compartíamos todo, si, todo, estábamos tan unidos como las Gemelas OLSEN, pero no éramos tan cursis, en realidad éramos muy brutotes, pero sanos, despreocupados de todo, todo el día de aquí para allá, con las manos en los bolsillos (por el frio), compartíamos todo, quizá por lo poco que había para compartir era que nos llevábamos bien, siempre nos poníamos de acuerdo: ¿Dónde vamos, al parque?, o. . .¿Al parque?. ¡Vale vamos al parque!, todo el día en el parque compartiendo destino, y un frio que se nos metía en el cuerpo sin refugio alguno, ¿Qué pintábamos en la calle todo el día, pasando mas frio que unos tronquitos de mar?, pero chico eso de subirse a estudiar entonces estaba mal visto. De los tres, uno trabajaba, otro trabajaba y estudiaba y el ultimo estudiaba, aunque se puede decir que ni trabajábamos ni estudiábamos, teníamos una vida contemplativa, en la difícil transición de la infancia a la madurez teníamos una desorientación, similar a la de Belén Esteban en la facultad de Ciencias de la Universidad de Massachusetts.

Hacia frio, mucho frio y después de estar comentando el ultimo episodio de “Starsky y Hucht”, decidimos comer algo, bueno lo decidió Luciano, que por algo era el que trabajaba y consecuentemente tenia “posibles”, para decidir que la dieta hogareña debía ser completada con algún que otro bollo artesano pues desde las tres que había comido había pasado mucho tiempo, eran las cuatro de la tarde y la imperiosa necesidad de algo dulce le acuciaba por momentos, así es que decidimos el Jerry y yo acompañarle como fieles escoltas al fin del mundo.

Entro en la panadería y salió con un bonito y hermoso Cuerno, no, no se había convertido en un Unicornio, al menos aquella tarde, salió con un gran cuerno de chocolate, con unas tirillas de chocolate blanco y un leve hilillo de crema de chocolate apareciendo por un leve agujero que tenía en la punta, aquello parecía, bueno me ahorro los detalles, aquello era un pedazo cuerno hermoso y rotundo como los de Hillary.

Luciano sujetaba aquella maravilla de la pastelería industrial, envuelta en un trozo de papel de estraza que realzaba mas si cabe su dulce y atractiva silueta (la del cuerno de chocolate, pues Luciano era. . ., como iba ha ser con aquella dieta). Con una mano sujetaba el cuerno y con la otra venia contando la calderilla, cuando el Jerry con voz asombrosamente dulce y melosa, pregunto al emperador ( Emperador porque mejor corona que aquella, no la tuvo jamás ningún Imperio de los hasta entonces conocidos).

-Luciano, tío, danos un mordisquito, macho- Dijo Jerry con la mejor de las sonrisas, pero con la peor de las caras, la de jalamio ansioso. Luciano, guardo su calderilla, miró al bollo, miro al Jerry y como un verdadero amigo, ¡que digo!, como un hermano, -Dadle un mordisquito, pero pequeño que si no le abro la cabeza a alguno, eh, no digáis que no os lo aviso.

Dándome el cuerno de chocolate, puso la misma cara, que el Dioni, cuando se le cayeron en las manos los millones de la furgoneta “accidentalmente”. Su mirada lo decía todo, - Sé que eres un caballero, de ti no espero nada malo, no te pases que de la primera guanta, vas a echar los dientes de leche- . Yo para estas cosas, siempre tuve un sexto sentido, y como quiera que vi que esta mala bestia era capaz de partirme en dos, di un ligero mordisquito, teniendo cuidado de no arrancar demasiado de aquel chocolateado tesoro.

Le devolví el bonito trofeo. Luciano respiro tranquilo y por un momento dudo en dárselo al Jerry, pero pudo más su nobleza que la desconfianza y finalmente le tendió la mano y este cogió el bultito calórico. El Jerry lo cogió con las dos manos, y abriendo la boca hasta casi desencajar las mandíbulas, empujó el cuerno, mientras a su alrededor caía en grandes trozos la cobertura de chocolate, luego sin inmutarse le tendió las dos manos a Luciano con lo que quedaba del cuerno de chocolate, (que era más bien poco), este lo cogió como si estuviera ausente, miro al bollo menguado, luego me miró, con cara de psicópata, a continuación miró al Jerry, y por ultimo volvió a mirar lo que quedaba del cuerno de chocolate, su cara se puso roja frunció el ceño, alzo la mano donde sostenía el resto del bollo y cuando yo creí que había llegado la hora del Jerry, estampo con todas sus fuerzas (que eran muchas) el cuerno de chocolate en la cara del “Jerry” y a continuación lo tiró al suelo, esparciendo aquel exiguo tesoro por el suelo, el “Jerry” con la cara llena de crema de chocolate y el ojo izquierdo pegajoso y medio cerrado, masticando y tragando el botín conseguido alcanzo a decir-¡Joer, si no lo glup querías, glup habérmelo dado glup.!

A día de hoy seguimos siendo amigos, aprendimos algo importante aquel dia :

Compartir es bonito, pero si das un bocao al bollo de Luciano, que sea pequeñito, porque si no, la vista por el ojo izquierdo se te nubla, un poquito.

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