jueves, 8 de mayo de 2008

VALVERDE DEL CAMINO

Sigo con el relato de algunos episodios de mi vida, que han de ser preservados para el aprendizaje de las futuras generaciones, curso sobre cosas que no debes hacer si eres torpe, y yo soy muy torpe o sea que de estas tengo muchas.

Ya era yo un jovencito barbilampiño, pero un jodio crio tal como ya comenté en otra ocasión y aun, sigo siendo. A pesar de mis intentos nunca había conseguido que mis padres me compraran una bicicleta, soy el segundo de tres hermanos, o sea el del en medio de los chichos como dice la canción de Estopa, y la mayor no tuvo interés nunca por desplazamientos rápidos a lomos de una caballo de acero, y el más pequeño no tenía a la sazón otro interés que no fuera mantenerse en pie, el caso es que ni tenía ni iba a tener bicicleta hasta que no se volviera a descubrir la Atlántida y eso no tenía visos de suceder al menos en el futuro más inmediato.

Un día que subía yo a casa muy ufano, cargado con los botellines de Mahou que mi padre "amablemente" me había mandado traer de la bodega, porque entonces cuando un padre mandaba algo, lo único que quedaba por decidir era en que mano llevarías la bolsa con los botellines; subía yo, ufano y abriose la puerta de la vecina de abajo, y amablemente se dirigió a mí. Hagan un esfuerzo, para entender la zozobra, la indescriptible sensación, la...., bueno para que lo voy a describir si ya he dicho que era indescriptible, la alegría que me proporcionó aquella mujer cuando me preguntó. -¿no querrías tu una bicicleta que ya no queremos, majete ?- ¡YO!, ¿Quien yo?, alcancé a balbucear,- ¡sí, claro que sí ! contesté sin haber medido las trágicas consecuencias que aquellas ganas de emular a Merck habían de traerme en días posteriores( Por aquel entonces era el belga o francés nunca he sabido bien que carajo era, el que partía el bacalao con las bicicletas). La señora se perdió dentro de su casa y ya estaba yo poniéndole en mi imaginación a la bici(WI FI es otra cosa) de mis sueños, una BH plegable, roja con luces delante y detrás; unas banderitas en las ruedas delanteras, un timbre con tres tonos, unos plastiquitos entre los radios, en fin lo que por aquel entonces desconocíamos que más adelante los jovencitos pastilleros llamarían TUNEADO, aunque la vida avanza y ellos lo harían con Ibiza, leones, xaras de dos puertas y demás maquinas viajeras del tiempo, viajeras del tiempo porque tienen la rara habilidad de acortar el tiempo de las personas, una barbaridad. Sobre todo el tiempo de vida.

El caso es que mi alegría se vino abajo como un martillo en una piscina, cuando salió con aquello...,era BH, si, roja no, ...y luces tenias pocas, como yo, que no tenía ninguna. Puedo dar fé, que la señora no mentía, aquello era una bicicleta, una señora bicicleta, pero yo que de inmediato me desilusioné, sabía que aquello era lo único con dos ruedas que yo iba a conseguir, así es que haciendo acopio de fuerzas, que por cierto las necesité de verás, la subí como pude a casa, procurando no romper ningún botellín, mientras oía el tintineo de estos en la bolsa, e iba preparando el asalto final a la conciencia de mi padre, sabiendo que si decía que no, iba a tener que bajar dos pisos con el mostrenco aquel. Deje la bici, ¿qué digo?, Doña bici, aquella bici, debía tener tratamiento, la deje fuera y puse la bolsa con los botellines en la cocina, entré en el salón donde mi padre, se entretenía viendo bailar a Rafaella Carrá, y creo yo que imaginando la de actividades lúdicas que podría compartir con aquella mujer, porque, ella insistía e insistía, ¡Explótame, Explótame, Explo.. !. Papa, (este acento no lo pongo porque nosotros decíamos, papa, no papá), ¿papa, puedo quedarme con una bici que me han dado, aunque sea solo unos días?, el caso es que no sé porque conjunción de astros del universo, o porque apremiante estado andaría, en su relación con la feíta explosiva, el caso es que me contestó: -Bueno pero díselo a tu madre -.

Ya tenía media batalla ganada, puesto que yo era el ojito derecho de mi madre, y sabría ponerla de mi parte.- Me voy un rato a la calle - dije, mi padre no se molestó en contestarme babeando mientras miraba a Rafaella, tiempo más adelante comprendí que aquella mujer no cantaba muy bien, pero ¡ diablos como movía los trajecitos con flecos !.

Me costó mucho trabajo, pero conseguí dar la vuelta a la señora bici y bajármela los dos pisos que había hasta la calle, fui a buscar a mi amigo, Llerri, bueno soy una persona de mundo y ahora se diría Jerry, le llamábamos así, en honor a Jerry Lewis, porque era gracioso y además porque usaba unas gafas de pasta negras, horribles, bueno ahora lo mismo se empiezan a llevar, y además tenía unos dientes delanteros, "paletos" le hemos dicho toda la vida, pero soy consciente de lo que esta palabra significa para cualquier extremeño, el caso es que tenía dos paletos como neveras americanas ( Además de grandes, grises), implantados en aquella bocaza que Dios le dio, y que nunca paraba de hablar, y hablar, mi amigo Jerry no tenia bicicleta, pertenecía a los parias de la tierra como yo, y cuando vio la señora bici, exclamo: ¡Vaya bici, macho!.

Paso a describir la bici, porque merece un capítulo aparte, era grande, eso es poco, más grande, era enorme, azul, bien; azul por algunos sitios, el caso es que había sido pintada como unas doscientas veces, no sabría precisar si pesaba más por el hierro del que estaba hecha o por las capas de pintura. Tenía un sillín de cuero, nada de silicona ni delicatesen propias de tiempos futuros; con unos muelles detrás que te hacían ir dando botes, con ruido que era la banda sonora propia de la bici, procedente de los chirridos de los muelles al saltar alegremente por los baches.

El manillar era amplio, no se puede decir que fuera a pasar estrecheces, llevaba unas varillas donde debería llevar los frenos y es que eran los frenos, estaban integrados armoniosamente con el resto del manillar, pero como si no lo estuvieran porque los jodios no funcionaban, mi amigo Jerry y yo no nos íbamos a parar por un detalle sin importancia, y decidimos que poniendo un pie entre la rueda trasera podríamos subsanar cosas como aquellas, nimiedades sin trascendencia. Bueno sigo con la descripción tenía unos pedales a modo de rejilla que en su perfil tenían una especie de sierra, con el objeto de tener más sujeto el pie, pero que en realidad hacían de sierra como su forma y como más adelante pude comprobar. El trasportín..., aquello era una Ford transit de las de ahora..., el tamaño XXXL de los trasportines, cabían tres Jerrys en el trasportín, si hubiera habido tres tipos con el arrojo que demostró Jerry al subirse a la bicicleta y decirme -¡Vamos a dar una vuelta, macho!-. Como quiera que viera en mi rostro un semblante lleno de dudas, insistió y como yo no sé decir que no, pues me subí, Allí estábamos los dos, preparados para recorrer el mundo, como si fuéramos el Ché Guevara y su amigo, listos en la motocicleta, nosotros en nuestra señora bici.

Emprendimos la marcha, tambaleantes a sabiendas que nuestra pericia en la conducción era escasa, más bien ninguna, ¡Vamos por la cuesta!, dijo él, sin dejarme pensar por donde me conducían sus ansias de aventura y hacia allí dirigí el gran manillar, empezamos a coger velocidad, y Jerry reía y reía, yo a duras penas conseguía mantener firme el enorme manillar, mientras dábamos botes con el ruidito del sillín, esquivando baches y piedras, pues por entonces las calles asfaltadas eran un eufemismo, disfrazado de un poco de cemento con piedras de rio, el caso es que yo empecé a pedirle que frenara y el acordándose del truco que le habría enseñado vete tú a saber quien, metió sus botos "Valverde del camino" que entonces se llevaban mucho, entre la rueda y el cuerpo de la bici, como el grado de inclinación que requería aquella maniobra, no era compatible con la rigidez del boto, a duras penas conseguía imprimir fuerza a su intento de frenar, desesperado ya por la velocidad que llevaba la señora bici y por los botes que daba encima del sillín, que ríete tú del toro mecánico de "Red Bull". Rezaba todo lo que sabía, y pasaban por mi cabeza imágenes de lo que yo me lamentaba fuera a ser una corta vida. Con un arranque inaudito de ingenio y valor, Jerry se comunicó conmigo y a duras penas me dijo que pusiéramos los pies en el suelo, que poco a poco frenaríamos, yo no llegaba ni de puntillas, y él tampoco, pues el trasportín era tan ancho que le impedía poner los "Valverde del camino" en el suelo, el caso es que él por un lado y yo por otro intentamos poner un pie cada uno en tierra y al final lo conseguimos. . . poner los pies en el suelo. . . , además del resto del cuerpo, entre volteretas vislumbré, pasar las gafas de Jerry raudas y veloces como si fueran la nave de Luke Skywalker al encuentro de la estrella de la muerte; milagrosamente aparecieron a varios metros, intactas, apenas con algún resto de arena. A varios metros, pero en otra dirección apareció uno de los tacones de los "Valverde del camino", grande y hermoso con su madera barnizada, y que si hubiéramos tirado a una hoguera, habría estado ardiendo varios días.

Con el cuerpo y el alma doloridos por el tremendo desengaño, decidimos dejarle a Eddy Merck,(francés o belga) las glorias venideras y dedicarnos a cosas menos dolorosas, El Jerry cojeando con el tacón en una mano y las gafas en la otra intentando limpiárselas y yo dolorido y magullado convencido que la forma de sierra del pedal no era para sujetar el zapato, sino para cercenar el pie a la altura del calcañal. Con la certeza absoluta de que tendria que esperar a que descubrieran la Atlántida, para tener otra bici, decidimos dejar la señora bici en una cuneta, porque entonces no existía la conciencia ecologista que hay ahora y porque el Jerry se negaba a subir de nuevo en aquel engendro, invento infernal destinado a magullar el alma de muchachos incautos y atrevidos.

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