martes, 6 de mayo de 2008

EL TANGO DE LUCIANO

Una tarde apareció mi padre con una caja, nos reunió a todos en el salón y empezó a desembalar y cuando empezó a verse más perdido que María Antonieta subiendo los escalones de la guillotina, miró a un lado y a otro buscando ayuda entre los varios ojos que no dejaban de mirarle con atención, mientras trasteaba entre plástico de burbujas y corcho blanco, que por cierto, era de lo único que estaba pendiente mi madre, pues empezaba a descomponerse con las maniobras y dejaba el salón hasta entonces impoluto; con salpicaduras de nieve que no se deshacían.

Yo, que siempre había tenido una tendencia natural a meterme donde no me llaman, tendencia que aún conservo a pesar del paso del tiempo, decidí que aquello necesitaba apoyo técnico y quién mejor que yo que no tenia ni idea, así es qué dije: --Papa, papa déjame a mí--, y yo no sé que será pero los niños tienen una habilidad especial, y aquello estuvo en marcha en un momento, mi padre miraba el RADIO CASSETTE SANYO y luego me miraba a mí, sin comprender donde estaba el truco si en el aparato o en mi cabeza, sin duda alguna en mi cabeza, pues aun sigue teniendo el revoltijo de entonces y de vez en cuando alcanza un leve destello de lucidez.

Después de sintonizar varias emisoras de radio, y haber desplegado la antena telescópica que es como decía el manual que se llamaba aquella “varita mágica” que conectaba el salón de mi casa con el espacio interestelar de las ondas radiofónicas, nos fijamos en una bonita agujita roja, en realidad era “colorá”, que es un grado más en la “rojez” de algo, aquella agujita roja danzaba al ritmo de las canciones con una fidelidad al tambor, rayana en la perfección, mi hermano mayor se quedaba “emplastao” viendo aquel prodigio moverse como si hubiera visto a mi madre dar tres saltos mortales hacia atrás con las manos atadas a la espalda, cosa que fue siempre harto improbable pues mi madre fue siempre una madre excelente, pero una pésima gimnasta. Perdón por la pirueta narrativa, vuelvo al meollo, después de haber meado, yo meo ó meollo, hay que ver como se ponen las cabezas. Yo me quedaba fascinado con la promesa que exhibía el dial de conectarnos con sitios tan distantes y mágicos como Londres, Paris, Moscú, y en mis limitadas entendederas (limitadísimas), pensaba que aquellos pitiditos, bufidos y demás ruidos inconexos venían del más allá, pensando que como seria que gente tan diferente hablara el mismo idioma, (el de los bufidos).

Pasábamos las tardes, grabando una otra vez en la cinta que venia con aquel prodigio tecnológico, mi padre recitaba los tangos como nadie y yo hacía de presentadora, le sacaba de los nervios esperando que acabará la presentación y me equivocaba adrede de tecla, para fastidiarle un poco más, una vez harto de la espera porque mi madre no quería que yo le presentara como “El´luciano”( así, todo junto), sin comprender que una “artista” sin nombre artístico no era nada, el caso es que si,¡ sí!, que si,¡ no!; cogiendo el RADIO CASSETTE SANYO y elevándolo por encima de la cabeza, decidió acabar con las discrepancias de una manera definitiva, gracias que mi madre en un arranque de reflejos le dijo con tiempo justo que aquel aparato demoniaco separador de la paz y bienestar familiar, estaba sin pagar y que quedaban varios plazos, poco a poco fue poniendo el aparato en la mesa de nuevo, mientras la agujita “colora” seguía contoneándose, como si se riera de él, menos mal que él no interpretó el mensaje

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