miércoles, 7 de mayo de 2008

LA SAL

Lucrecia abrió los ojos, un agudo dolor en el ojo izquierdo le hizo exhalar un gemido, intentó incorporarse pero notó dolor en la espalda y su inquietud creció por momentos, ¡ Dios mio, esta vez se ha pasado ! el dolor fué remitiendo, y con él su agobio, pudo levantarse y al hacerlo compredió la magnitud del desastre, todo revuelto, el espejo roto de la pared le devolvia su imagen de mujer derrotada, recordó el dia que su tia Carmela llegó con el espejo, eran las visperas de la boda, vino con él y un barreño de dulces, eran su regalo. El espejo se sostenia apenas y con un gesto de dolor lo descolgó y dejó en el suelo.

Se dirigió al baño y al pasar por el dormitorio y contemplar los cajones tirados y los frascos de perfume que tanto le gustaban desordenados, no pudo reprimir el rencor que sentia hacia un hombre que no apreciaba el cuidado y dedicación que ella daba al hogar de ambos, lentamente pudo recomponer todo aquel desorden que le hacia sentir mal, era la herencia que sus mayores habian impreso en su mente. El excesivo celo por la limpieza y el orden le habian traido más de un disgusto, pero ella era así y no iba a cambiar ahora.

Después de la boda lo habian pasado mal y con la llegada de su primer hijo el habia decidido emprender la aventura de abandonar su tierra y buscar un futuro que su tierra les negaba. Fueron años de soledad criando aquel hijo, guardando la casa con una rutina cercana a la locura; por fin el volvió y decidieron ir a la ciudad, para ella todo era nuevo y diferente descubrió un cambio en él, ya no era aquel jovencito delgado y enjuto que la hacia sonreir apenas verle. Se habia convertido en un hombre siempre malhumorado agobiado por los problemas, al que se notaba que su sola presencia molestaba, no tenia reparos en demostrarle su ignorancia a cualquiera, en cuanto habia la menor ocasión pagaba con palabras y humillaciones su frustación en el trabajo.

Abrió la ventana el aire frio de principios de invierno le renconfortó; siempre habia sentido el frio como algo puro, algo renovador, como cuando en su infancia se abrian las puertas y ventanas para dejar escapar el humo impuro del fuego y el aire limpio de la mañana lo invadia todo. Colocó todo tal como le gustaba a ella tenerlo y solo entonces después de haberlo colocado todo experimentó una sensación de paz.

En la cocina todo estaba en orden, sintió un estremecimiento al ver el tarro de la sal ¡Maldita sal!. nunca habia sabido adivinar la proporción justa de sal que debía echar en las comidas, o estaban saladas o sosas. A decir verdad ella siempre habia encontrado las comidas en su justo punto de sal, pero él siempre ponia esa excusa y habia terminado por dudar si es que era estupida y no sabia hacer las cosas, Sabia que no; era él , él era el estupido que venia envenenado a casa y por una tonteria se ponia a dar voces, ¡Cielos las voces, que manera de gritar, que dirán los vecinos!.

Sus hijos habian crecido siempre al margen de todo nunca habian tenido conciencia de la magnitud del problema, ni siquiera cuando fueron mayores alcanzaron a descubrir que aquello no funcionaba como deberia, pensaban en su padre como un ser recto, autoritario, firme en sus convicciones producto de una educación que ya habia cambiado, eso es lo que ella quiso que creyeran y no podia reprocharles que la hubieran creido, habia hecho bien el trabajo. Ahora ellos casados y lejos de allí seguirian ignorantes de lo mal que lo estaba pasando.

Nunca habia tenido ayuda de nadie, su madre empeñada en que todo fuera bien le decia que todo era normal formaba parte de su carácter, y habria de soportarlo con resignación, su padre lo ignoraba y al morir se fué la unica ayuda con la que podia contar. La sociedad era muy diferente justificaba los excesos del marido y todo se trataba con un cuidado extremo. Recordó una ocasión en que los golpes y voces fueron especialmente alarmantes, un joven vecino llamó a la puerta y pidiendo una cerveza por que se habia quedado sin ella pregunto si todo iba bien, se la dió y al cogerla, su marido le sostuvo la mirada, una mirada glacial como solo él era capaz de mirar, y le dijo -¡Las cosas de los matrimonios se arreglan cada uno en su casa!-, ya no volvió aquel joven a interesarse por las voces y cuando se cruzaban en el ascensor o en las escaleras bajaba la mirada como si se sintiera culpable de algo.

Cerró la puerta con llave, bajó lentamente las escaleras y se puso unas gafas de sol grandes, que seguro taparian el daño que tenia en el ojo izquierdo, notó dolor en la espalda pero bajó resuelta saludando a una vecina, cuando llegó a la tienda saludó, y se dirigió rapidamente a la estanteria de la sal ¡maldita sal!, cogió una bolsa, y se fué a la caja, la cajera se sorprendió de verla con aquellas grandes gafas pero no dijo nada, ¡Es que me ha salido un orzuelo! alcanzó ella a decir a modo de disculpa.

Atravesando el parque se sentió cansada de repente muy cansada se sentó en el banco y subiendo la solapa de su abrigo descubrió un estraño placer allí sentada protegida del frio, con el calor de los rayos de sol en la cara; lentamente sus manos se deslizaron por la bolsa de la tienda y sacó la sal¡Maldita sal!, sus manos se hundieron lentamente en aquella frágil bolsa que despacio fue derramando su contenido a sus pies, mientras unas fuertes rafagas de viento comenzaban a soplar llevandose la sal¡maldita sal! depositada en el suelo, Pensó: ¡Esto no tiene porque ser así, en algún sitio hay alguién que me podrá ayudar, sé que en algun lugar alguien me ayudará! y dando una patada al montón de sal se dirigió resuelta en busca de ayuda

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