martes, 6 de mayo de 2008

ERASE UNA VEZ UNA ACEQUIA MUY CERCANA. . .

Me habían hablado mucho de lo bien que se pasaba en la acequia y mi cabeza no concebía aquella maravilla de la que me hablaban, cuando llegué a estas latitudes por primera vez allá por el final de la década de los setenta, los coches no tenían aire acondicionado, excepto si se bajaban las ventanillas.
El primer dia que fui a la acequia estaba dando cabezazos para mantener la dignidad después de haber comido, habíamos estado previamente en los bares del pueblo y la chapa de los botellines habían influido en mi cabeza dándome una modorra que presagiaba un dolor de cabeza grande como los barriles de aluminio que habíamos contribuido a aligerar, el caso es que me pidieron amablemente que levantara mi persona de la silla y me pusiera el bañador que nos íbamos a la acequia, esta es la traducción pero a mi me dijeron: ¡Eh tu!, insignificante, deja de babear y llévanos a la acequia. Total poco mas menos. . .
Vi el canal tan grande y tan caudaloso que dije para mí que aquello era una temeridad pero que los lugareños sabrían, como quiera que puse cara de asombro me explicaron que no que aquello no era la acequia sino el canal, así que continuamos en busca de un sitio que curiosamente tuviera sombra para el coche y yo pensando que lo importante era que hubiera sombra para nuestras cabezas, era de ciudad y eso explica esta manera tan “rara” de pensar mía.
Por fin hallamos un pequeño arbusto y allí metí el coche, el arbusto era un árbol frutal pero no sabría decir cual porque no tenía etiquetas ni nada donde pusiera la fecha de caducidad de sus frutos, podían ser ciruelas o melocotones, yo no sabría determinar pues no ponía ni el precio del kilo, en fin después de bajar del coche comprobé que el suelo estaba ardiendo como la ventanilla del coche en la que había apoyado el codo y que tenia rojo como los tomates rojos que se veían a lo lejos en las matas.
Empecé a caminar pensando en el calor que estaba dejando mis hombros como las chapas del Diane 6 cuando una voz atronadora se dirigió a mi: ¡Eh insignificante, levanta los pies cuando andes que mira el “polvicero” que estas liando!. Era cierto aquella arena era tan fina que serviría de maquinaria para los relojes siempre que estos fueran de arena, ¡Claro!, se elevaba y lo invadía todo, así es que modifique mi forma de andar de pato resacoso y lo hice con cuidado, llegamos al punto de acceso a la acequia y mire con interrogadora mirada a mis acompañantes para saber por dónde estaba la escalera para pasar, pues estaba todo lleno de maleza y veía mucha dificultad para acercarme, pero ellos sin parar siquiera me miraban de reojo y apartaban los setos y subían a las paredes de la acequia con una facilidad pasmosa, yo intente dominar el incomodo que me producían las caricias de los jaramagos entre las piernas desnudas y pude encaramarme en lo alto de la acequia no sin desollarme una rodilla y parte de la otra, una vez allí me dirigía en dirección contraria a la que se supone debería llevar y sonó la misma voz que me decía amablemente, ¡NO por aquí no, es pallá!, así es que intente darme la vuelta todo lo rápido que la voz me demandaba con la fatal consecuencia de acabar entre los jaramagos con una costalá que ni los costaleros de semana santa vieron otra igual, no me dolió la rozadura de los muslos, ni el golpe del codo, lo que más me dolió fueron las risas de mis acompañantes y la de los diez o doce que habían estado observando las evoluciones de un trapecista como yo estaba que parecía Burt Lancaster pero sin tanta galanura en la cuerda floja.
Pude recuperar un poco mi apostura natural y me encarame otra vez no si antes dejar pasar a todo quisqui pues no quería experimentar de nuevo vértigos ni premuras, seguí a los demás con paso titubeante pues no comprendía cómo podían andar tan ligeros en un suelo en el que cabía apenas un pie, llegamos al supuesto punto de partida que no era otra cosa que un tablón que cruzaba de parte a parte la acequia y que distaba muchísimo de donde supuestamente estaba la base de operaciones que se supone era donde dejamos el coche, y me quité la camiseta que se estaba quedando “acartoná” con aquel sol que no respetaba a nada ni a nadie y metí un pie en el agua sentado desde el borde y arañándome los muslos otra vez pues allí no habían puesto ni azulejos ni nada y raspaba más que el cogote de Espinete. No sé si era lo caliente que estaba el aire pero me echaron agua y estaba tan fría que no pude reprimir un leve escalofrío, bueno no era tan leve que casi se me caen las gafas de sol en forma de huevo que llevaba como si fuera una diadema que yo entonces era muy. . .,muy bobo,¡ si esa es la palabra! yo era “muy”, luego volví a escuchar la dulce voz de mi amada que decía:¡ Venga tírate ya mezucón ¡, esto no sería importante si no fuera porque a la vez que lo decía me empujaba y hacia que cayera en el agua que estaba tan fría que sentí como las “tendencias” se encogían dentro del bañador, yo intentaba mantenerme de pie dignamente pero veía como se alejaban de mi sin comprender que el que se alejaba era yo, intentaba mantenerme en el sitio pero aquella agua era más cabezona que mi resaca y me arrastraba mientras me arañaba en las manos intentando agarrarme a aquellos muros de cemento, después de un rato comprendí que el juego consistía en dejarse llevar y me empezó a gustar hasta que la misma voz angelical y enamorada me empezó a gritar: ¡El pico pato, que llega el pico pato.! No sabía la razón por la cual me insultaba pues un poco patoso sí que soy, pero llegue a una especie de embocadura y apunto estuve de pasar de largo si no hubiera sido por que una mano me agarro del bañador haciéndome patente la existencia de mis “tendencias” que hasta entonces era lo único que mantenía a salvo y que en ese momento pasaron a formar parte de los daños colaterales de mi primer dia de Acequia, una delicia, una verdadera delicia. . .
Por la noche, sentado en una mesa de la plaza, intentando abstraerme de la bella melodía que unos magníficos intérpretes ejecutaban (digo bien pues la estaba matando), los muslos desollaos, las rodillas doloridas, el codo maltrecho sujetando una tónica con el codo sano y la cabeza a punto de estallar como una sandia con rayitas, de las que se suicidan de los remolques, dice mi “amada”, ¿Qué te pasa insignificante?,¡ vaya un muermo de tío!, Pues mañana vamos otra vez a la acequia.
¡Dios mío!. . .

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