sábado, 10 de mayo de 2008

MATALASCAÑAS I

Hacia un par de días que coincidía con ellos en el comedor, yo soy de ideas fijas y si un sitio me gusta procuro familiarizarme con él de manera que me proporcione cierta seguridad, por eso siempre acudía al mismo rinconcito del comedor y allí estaban ellos también, no podían negar que eran extremeños (yo tampoco), hablaban claro, muy claro y muy alto también, por eso no creo que pudieran mantener una conversación en secreto, aunque esta mereciera un mínimo de “intimidad”, el grupo lo componían dos parejas adultas de mediana edad que debían emparentarse como hermanos o cuñados según el caso, también había dos adolescentes uno de cada sexo, un niño de unos dos años y por último la estrella del grupo que debía tener siete u ocho años, el desayuno discurría por cauces habituales en un hotel con buffet y la mesa estaba llena de tostadas, bollitos, vasos con zumos de naranja y de todo lo que hiciera falta, para completar aquel cuadro solo hubiera hecho falta que por el hilo musical pusieran la canción de Cantores de Híspalis (creo), que dice ¡que no, nos farte de ná, de ná. . . de ná. . .!. Aquello rezumaba buen ambiente pues después de un sueño reparador, con aquella visión de apetitosos manjares y un día en la playa que apuntaba buenas maneras, nada podía enturbiar tan idílico comienzo, pero he te aquí que la conversación de una de las parejas empezó a derivar sobre las dificultades de ir correctamente al “excusado”, no se sabía si atribuirlo al cambio de comida, al agua, al nerviosismo propio de la actividad o a qué, el caso es que la conversación discurría más o menos de esta manera. . .
-- Pues chica yo llevo unos días que no puedo, mira que me pongo, pero nada, debe ser el agua. . . - -Decía uno de ellos.
- -Yo solo bebo agua embotellada pero estoy igual, no hay manera, es que eso de ponerme en cualquier sitio... y mira que este hotel está limpio pero nada siempre me pasa igual.
El muchachito en cuestión se llamaba Antonio igual que su padre y no le llamaba papa como se acostumbra sino que le llamaba por su nombre como si fueran amigos de toda la vida, el niño miraba alternativamente a su madre, a su tía, a su tío y finalmente a su padre y cuando acababa la ronda empezaba otra sin pausa de manera que no se daba cuenta que el plato con diez o doce tostadas que se había preparado primorosamente, empezaba a bajar de una manera ostensible, en el cundió la alarma, y vio que se iba quedar sin tostadas por eso intentó entrar en la conversación por ver si se distraían y dejaban “su” plato de tostadas.
--Antonio, Antonio ¿Qué pasa, que pasa?—pregunto a su padre
--Nada que nos cuesta mucho hacer lo que hay que hacer en el servicio porque hemos cambiado de agua y . . .--- le decía su padre, mientras cogía otra tostada, hablando asombrosamente en voz baja consciente que el tema de conversación no era el apropiado.
El niño puso cara de haber entendido de repente y enfadado porque su tía le cogía otra tostada dijo con toda la fuerza de sus infantiles pulmones.
--¡Antonio!, tú no puedes CAGAR porque te estás comiendo todas mis tostadas, ahora que como no vayas al váter ahora mismo, vas a reventar!
¡Estos niños. . ¡.—dijo la madre a modo de disculpa, sin dirigirse a nadie pero a todos en general.
Se hizo un silencio total y hasta los franceses que estaban al lado de la mesa, pararon un momento para mirarles, la madre le dio un pescozón y le quitó el plato con los restos de las doce tostadas --¡Y ahora te quedas sin tostadas! Infringiéndole de esta manera el peor castigo posible a Antonio que era un niñito adorable y que debido a su sobrepeso incipiente le tuvo que venir muy bien el ayuno involuntario.

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